miércoles, 26 de octubre de 2011

Sé dar vueltas

A ver Morticia, ¿qué hiciste después?, ¿qué hice yo? Supongo que me explicaron el mundo desde el cristianismo, más específicamente desde la religión católica, ¿o sería al revés, desde la religión católica, más específicamente el cristianismo?, porque se supone que la esencia del catolicismo es el cristianismo no?, como nada es absoluto, han de ser ambas (sólo yo puedo enredar tanto algo, o desenredarlo, creo que en este caso también podrían ser ambos). Retomando al inicio del nudo, prefiero hablar desde el cristianismo, porque supongo que de eso se trató desde un principio, principio que no fue “después”, sino años antes de que Morticia hiciera su primer acto de presencia.

Tenía yo 2 años, y no lo recuerdo, pero la anécdota se propagó dentro del círculo familiar y terminé enterándome. Tía intentaba enseñarme a rezar, “angelito de mi guarda, dulce…”, “¡de leche!” dije yo, sin embargo, el ángel de la guarda se convirtió en una de mis oraciones preferidas durante la niñez, implicaba que estaría protegida por un hermano mayor del cielo día y noche, noche y día, estuviera donde sea. Y finalmente aquel proceso que inició con Tía enseñándome a rezar y conmigo deseando comer dulce de leche se estancó en la resolución del cielo y el infierno y de que porque yo era una buena niña de acuerdo a los parámetros de mi sociedad, estaría a salvo.

A partir de aquí no tiene sentido que intente relatar una historia secuencialmente, o elocuentemente, porque en cada suceso, ínfimo o ingente, voy a querer extenderme hasta abordar todos los detalles que se me ocurran, es decir, ramificar, y cuando yo ramifico, lo hago hasta el infinito, hasta el hartazgo, hasta el hastío, hasta la impotencia; parto de una raíz, subo el tronco, lo divido en dos, los ramifico a ambos, ramifico sus ramas, y de vuelta a estas, les produzco hojas, flores, e incluso frutos, y no conforme, los hago caer, para que sus semillas broten nuevamente en la misma tierra, o en otra, pero siempre partiendo de la misma raíz, confluyendo de alguna manera. Y no conformándome aún, me detengo en el proceso de caducifolio y la descomposición progresiva de las hojas, y en los pequeños ecosistemas que podrían generarse en ellas, en el árbol, etc, etc, etc. Sólo que mi relato no tendría 3 etcéteras, sino que seguiría sucediéndose hasta incluso indagar en la proveniencia de la semilla que gestó al árbol en cuestión hasta dar con sus ancestros, y el ambiente que los rodeaba, a cada uno de ellos, los insectos que los recorrían, las aves que en ellos habitaban, incluso hasta toparse con el ser humano, a quien pudiera intentar evitar. No puedo relatar secuencialmente mi historia con Morticia, porque para ello tendría que relatarme, y para relatarme tendría que correr detrás de mis pensamientos, y eso terminaría agotándome, y de alguna manera, destruyéndome.

Una vez decidí dejar de seguirle la corriente a mi persuasiva mente. Me planteaba tantas cosas, y yo las iba indagando, hasta que se volvió enfermizo, una cosa llevaba a la otra, y a la siguiente, y entendí que aquello era interminable e inabarcable, un círculo vicioso, interesante, atrayente, pero inabarcable, y por ende, resultaba imposible saciar aquello por cuya razón indagaba tanto. Entonces elegí dedicarme a intentar vivir la vida bajándole cambios a mis pensamientos, me fue genial. Hasta que un día, tal represión dio sus frutos planteando cuestiones con pocas censuras, tímida pero decididamente, y yo, que estaba anestesiada por mi modo de afrontar-me, lo dejé ser.

Estas ocurrencias fueron entreteniendo mi mente, que nuevamente se volvió persuasiva, mientras yo me decía a mí misma que no tenía por qué censurarme el cerebro, que debía pensar con libertad. Es como mirar Hostel, uno quiere cubrirse los ojos, pero luego piensa, “es sólo una película, lo que muestra es ficticio”, entonces mira la escena, intentando ver maquillaje, y ve sangre, y vísceras, y en la aversión hacia estas imágenes decide racionalizar aún más la situación, pensando que su propio cuerpo lleva en sí la sangre, las vísceras y todo lo demás, y que aquello no es más que organicidad biológica, inofensiva materia, componente de uno mismo, y termina viendo la sangre como elíxir vital, e incluso apreciando el color rojo que de por sí nunca le gustó con particularidad, por lo que cuando le realizan una extracción sanguínea, puede observarla con tranquilidad, planteándose si estudiar medicina no hubiera sido una opción increíble para curar todos los males de los modos de percepción, pero como escogió seguir otra carrera decide intentar de manera autodidacta superar estas cuestiones relativas a lo orgánico, que termina en horas enteras dedicadas a ver Dr. House y la posterior búsqueda de la enfermedad de cada episodio en internet, junto a la comprensión de cuan bendecido es uno y cuán posible es contraer algo una mañana que altere su organicidad hasta transformar su existencia de manera horrible. Y allí empiezan los pensamientos que dictan no pensar en el oso polar, por lo que uno piensa en ello, y aún si comprende al oso, comprende a su vez que de estar a su alcance sería ingerido por él.

Se convierte en algo de nunca acabar, intente o no reprimir mis pensamientos, si los reprimo, se revelan, si no lo hago, se generan fluidamente, y al no coartarlos desencadenan todo tipo de cuestiones, y no sólo obsesivas, sino repulsivas, pensamientos que de exteriorizarlos terminarían por situarme en la horca en pleno siglo XXI.

lunes, 24 de octubre de 2011

Morticia

Quiero escribir sobre la muerte, porque siempre ronda en mi cabeza, a veces creo que hasta, en cierta medida, siento simpatía hacia ella, pero después de varios años que parecen meses, que parecen semanas y parecen días; me doy cuenta de que Morticia vino un día, no sé cuándo, y decidió quedarse, y yo, sin darme cuenta, fui conversando con ella hasta convertirla en una compañía constante que con sus diversos planteamientos fue relegándome a una introversión superior a la que naturalmente me caracterizaba y volviéndome aún más ermitaña de lo que ya era.

La primera vez que ella me habló, el primer recuerdo que tengo de haber conversado con ella se dio cuando era niña; era de día, y menos mal que era de día. Yo estaba sola en la pieza que compartía con Adrián, tirada en la cama con las piernas en el marco de la ventana, sobrenaturalmente relajada, como sólo puedes estarlo a esa edad, y entre las dos, junto con la imaginación, empezamos a intercambiar ideas mientras intentaba convencerla de que me dejara ser inmortal, supongo que a ella le divertía la conversación despreocupada e imaginativa que tenía conmigo, aunque ni siquiera era original. Recuerdo que para convencerla ideé el artificio de mimetizar mi deseo lo mejor posible con la realidad, entonces le decía a la imaginación que mi inmortalidad debía ser milagrosa, un suceso único e irrepetible para que Morticia no se sintiera presionada y mi petición no la superara. Y ahí estaba yo, con la apariencia de una anciana, permaneciendo en el mundo sin posibilidad de morir (creo que en aquel entonces mi mente de niña no lograba diferenciar la ancianidad de la niñez u otros estadios más allá del aspecto físico). No le estaba pidiendo que me comprase un juguete caro, simplemente tenía que inmortalizar a una persona, una solita, nada más, podía llevarse al resto, como era natural. Y seguimos charlando, yo tranquila, ella también, sabía que aquello la entretenía, y también que no me concedería tal deseo, sin embargo, para paliar esa "necesidad" me incitaba a observar mis circunstancias para que comprendiera que aún me quedaba un largo trecho de vida: era una niña, la muerte en sí se veía lejana, y aún más con la percepción del tiempo durante aquella edad, donde una hora equivalía a una eternidad y yo ni siquiera tenía 8, mientras que mis abuelos, sextuplicándome la edad, se encontraban en perfecto estado vital.

Definitivamente vivir para siempre era un capricho en aquel momento, y creo que Morticia así lo vio, porque simplemente disipó los pequeños retazos de miedo que se habían conformado en mi mente al respecto de sí misma y con la misma tranquilidad con que conversamos, se despidió.